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VIVE AHÍ

Se moría otra tarde de fútbol en la capital italiana. Atrás quedaría otro compromiso deportivo. La Roma se lo ganaba a los napolitanos. Duelo de gigantes, pero esta vez en las antípodas de una liga Sub 16. 2 a 1. Restan nueve minutos para el pitazo final. Corner para los del sur. He aquí el hecho: para esta altura del partido el centro va a quien se ofrezca en el área. La defensa romana, máxima responsable del resguardo territorial, no logra conectar. El arquero arremete con los puños, pero no llega. Movimientos raros, indecisos. Una pelota que fugazmente va hacia la red. Gol de Napoli. La ragazzi sureña festeja en toda la cancha.

Por: Agustín Avalos

Las corridas se entrelazan con tonos bordó. Son los romanos que corren hacia el punto negro que imparte "Justicia". La tecnología permitiría una repetición. Pero ellos vieron perfectamente la jugada. Me limito a mirar la repetición en mi computadora: corner a la muchedumbre, la defensa no conectó, el arquero no llegó. Pero si lo hizo Pinzolo. Me acerco a la pantalla para confirmar lo que había visto y sí. Era eso. Mano. El muchachito la empujó con la mano.

Desde ese momento no supe más. Solo sé que el pleito finalizó 2 a 2 y al gol lo cobraron. Italia. El Norte. El Sur. Fútbol. La Roma. El Napoli. Mano. Gol. Claro: Diego. Ahí estaba la conclusión.



Desde el 25 de noviembre pasado que no lo creo. Desde ese día casualmente leo, escucho y me ocurre lo mismo: "no puedo creer que Diego haya muerto". "Todavía no hice el duelo por Maradona", afirman con asombro las grandes figuras del deporte alrededor del mundo. El infinito mundo de las redes sociales lo proclama a cada segundo, como si estuviéramos mojándole la oreja a algún Dios Digital que sepa devolverlo a este terreno.
Ahora me toca reflexionar: ¿Será que el 25 de noviembre pasó lo que pasó? ¿Dónde anda verdaderamente el cabecita negra de Fiorito? Porque no se entiende esta sensación de pensar lo contrario a cada minuto. No.


Está presente, aunque sabemos que no. Pelusa ya no está pero siempre aparece en todos los canales de televisión. Entonces está vivo. Pero no. No está. 
Diego cumple 61 años y hay homenaje en todas las canchas de Argentina. Más precisamente, todos los encuentros de la fecha se detienen a los 10 minutos para quebrar el aire con aplausos y ovaciones. Miro nuevamente el gol de Pinzzolo y mis preguntas comienzan a responderse.


Me digo que quizás Diego ya superó al inconsciente colectivo de nuestras sociedades. Y claro, también al recordatorio en los estadios, a ese muro del barrio y aquella marca grabada en la piel de sus fieles. El uruguayo Eduardo Galeano describió a Maradona como "el más humano de los dioses". Y acá encontré la conclusión más certera.


Maradona nació en Fiorito, comía milanesa cuando el viejo cobraba a principio de mes. Jugó para los despojados del Sur de Italia. Lo conocieron en Asia, África y Oceanía. Le hizo un gol con la mano a los ingleses por la gente de Malvinas. Lo sacaron de un mundial por dopaje. Enfrentó a todo el mundo. Sufrió a todo el mundo. ¿Ganó? todo. ¿Cayó? incontables.



Me convencí que estos recordatorios se extenderán hacia la eternidad, pero que Diego se hará presente en cualquier otro lado.
Estará en las pequeñas gestas humanas. En las injusticias, en las picardías. Porque no existe maquina aleccionadora de la buena moral del deporte que me explique porque le cobraron el gol al pibe napolitano.


O sí. Porque la tecnología nos ofrece un orden supuesto de las cosas frente a las cámaras. Para el espectáculo. Donde queda demostrado que "las cosas cambian para bien".
Lejos de ese mundo hay un puñado de pibes llegando a placita para "un fútbol". Donde también existe quien la pelea con el mango a fin de mes. Donde también dicen presente quienes se niegan a bajar los brazos ante la realidad y la desidia humana.

Existe un mundo donde todavía es válido pelear por lo que nos pertenece, cuestionando lo que haya que cuestionar. O quien te dice, un universo donde puedas hacerle un gol con la mano al equipo del Norte y te lo cobren.

Ya sé donde está Diego. No murió. Vive acá. En la de Pinzolo. La que nadie se entera si no fuera por las noticias.
Aunque quedaría mejor llamarlo por su nombre completo: Giandiego Pinzolo.














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