“Antes del fin del mundo”. La frase se deja entrever en las manos de Ezequiel. La responsabilidad de cortar las entradas recayó sobre este viejo amigo de la banda. Aquí la cuestión es clara: no es la presentación de una banda, sino un encuentro de amigos. Amigos, encuentro: dos flancos que coinciden en salir al rescate para estrecharse la mano en medio de la adrenalina de los tiempos acumulados.
Surrebire subió a las
23:30. Desde el fondo los sostiene un fantasmal Norberto Napolitano. Sin
embargo, poco puede hacer el angelito ante la poderosa triada inicial: Fuego
Invisible, El deber de ser y Yanqui gou jom. A la brevedad: cuando los truenos
quieran copar la parada, respirá y volvé a nacer. Solo así vas a saber lo que
es estar cara a cara con lo real. Y si te sobra tiempo, probá sacar la basura
de casa.
La formación mostró
una increíble soltura entre canción y canción. Las apresuradas coincidencias
que dieron forma aquella comunión de sonidos parecieron esfumarse: luego de la
presentación de la Kermesse Redonda en Corrientes, Darío Becerra, asistente de
dicha banda, permaneció unos días en el Chaco ante de volver a Buenos Aires.
Sin querer, el bajista de “Surrebire, estaba gestando una propuesta que encajó
con el proyecto solista de Juanpa Centurión, vocalista principal, y la
predisposición de sus músicos (4), en gran parte, también ex Surre. ¿Volvían?
Solo restaba una última locura: repatriar a “Kiper”,
el saxofonista que también reside en la gran capital, pero al parecer no estaba
al tanto de lo que pasaba. “Falta uno”, como en la canchita. Bastó solo una
llamada. El encuentro se encaminaba firme.
Acomodado en una
esquina, Agustín Kiperwas fue indispensable para el complementar con un viejo
amigo de los vientos, Carlito Matta. Sin ellos, las estrofas de Canto de eso,
Carancho y Entre tus manos hubieran sido imposibles de ejecutarse. Para el
segundo tridente de canciones, Surrebire se subió a una ondeante combinación de
géneros: casi una marca registrada de su gran repertorio. En el medio, la voz
de Franco Iturri fue necesaria para la cantata de una melodía densa y
batalladora como la de Carancho.
Tras unos veinte
minutos de comenzado el show, con los sentimientos al máximo y esa media
sonrisa concentrada que entre los integrantes confirmaba que todo estaba saliendo
“Ok”, llegaron los primeros
agradecimientos. Primero, el abrazo a la gente, responsable final del latido de
toda banda en cualquier parte del mundo. El segundo lugar fue para quienes se
ausentaron al lugar de los hechos (amigos, músicos), pero que en algún momento
se subieron a la causa surrebirezca. Las ausencias comenzaron a rozar otros
planos y Juanpa se hizo cargo de las mismas. Comenzó recordando al gran Ricardo
Iorio, fallecido un par de días antes, que se ganó la ovación de los presentes
y, claro está, el enérgico aplauso de los más allegados al heavy metal. Posteriormente, el aplauso general y necesario. El que nos incumbe a
todos como país y debe ser la eterna lucha y compañía de los 30.000
desaparecidos en la última dictadura militar argentina. Así llegaron las
melodías de Subir. “De los muros de tu oscura esencia, tu obtusa sociedad”.
La velada pedía una
pausa, un respiro de la vorágine inicial. Previo a que la voz principal se
permitiera un repertorio de su etapa solista, la banda se introdujo en su
momento más reggae. Bichos bellos, Imer (Flores), Garabatos y Embrujo, marcaron
la pulsión “relax” de la lista. Al costado, cerca de la consola el momento
permitió que “los mismos de siempre” paren de cantar y saltar para contemplar
estáticos y reflexivos los años de acompañamiento vividos junto a la banda de
su vida.
Volviendo al pasaje
solista de Juan Pablo (aunque absolutamente todo lo que pase tenga una pizca de
los demás integrantes en colaboración) la banda siguió acompañándolo en escena
para hacer El Perro y luego La Chispa, su último trabajo. La melodiosa voz “centurionezca” significó un necesario
quiebre de cara a lo que vendría luego. Los nuevos tiempos, atravesados por
escasos recintos de rock en la ciudad y alguna que otra denuncia por ruidos
molestos de la vecindad barrial, hicieron que la segunda parte del show sea una
recta final entre la adrenalina y los clásicos de siempre, que en condiciones
normales se empilcharían como bises.
Antes del desenlace y
consiguiente paso a la locura final, una gran interpretación de Triunfos
apareció oportunamente en la puerta del tramo culminante de la noche.
Posteriormente las guitarras de Walter Salto y Lucas Espínola tuvieron su
debido reconocimiento a la precisión de lo que pedía cada momento. En paralelo,
habría que hacer un párrafo aparte para los bestiales golpes de Varos Barker en
la batería.
Concluyendo la fiesta,
Pasaje Eterno, TV Basura y Cuentos de la Altura, se colaron entre los saltos de
Caravana, los coros de Coraza, la oscuridad de Desvelar y las sugestivas danzas
de La Reina, siempre dispuesta a coronar en la nocturna comodidad de cada cita.
Aquella que volvió a aparecer gracias a una armónica siempre a gusto de sumarse
cuando se presenta la ocasión.
Surrebire volvió a
sonar de casualidad, aunque muy en el fondo sepamos que todo encuentro nunca es
casual cuando las papas queman. Prestar un oído, precisar un consejo, llorar,
reír o solo hacer un poco de quilombo. Las fotos, los abrazos y las banderas
parecen aliviar al fin del mundo que en esta vuelta pregonan los Surrebire.
Este, los varios fines del mundo que saltamos todos los días o quizás aquellos
que siempre están a la vuelta de la esquina buscando la manera de arrebatarnos
los sueños.
Por suerte, cada tanto
habrá alguna gota de Surrebire, primará la casualidad, el llamado para
repatriar a “Chupe” o a “Kiper”, ese “dale, uno por año, para mover el
avispero”. Seguramente no habrá disco. Pero lo que sí habrá, será la espalda y
el pulmón de los que harán posible que el fin de algo se estire por un poquito
más en el tiempo.
Agustín Avalos
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